mis cosas
Voy a pagar las compras, a sacar las llaves o a guardar el DNI y está allí siempre, la tiza verde. ¿y creéis que me acuerdo de sacarla!??? ¡qué va! Hace semanas que está ahí, en el monedero! tengo una tiza verde! Para empezar, no sé cómo llegó allí y para acabar, no me acuerdo jamás de sacarla! Porque yo tengo esta cabeza!!
Pero claro, luego, cuando ves mi estuche, lo entiendes! Tengo un tren minúsculo de madera, unas minipinzas rosas, el dibujo de unas bragas plastificadas, una cruz, un trozo de cremallera, y, ya, si acaso, bolígrafos y tal, pero mientras tanto, todos los tratos posibles. Tengo hasta un trozo de papel de mi amiga en el que me decía en segundo de carrera que tenía antojo de chocolate.
Claro, luego vas a mi clase y está todo impecable, cada cosa en su armario, en su caja y en su historia. No tiene sentido. Tan apañá para unas cosas y tan desastre para otras.
Por ejemplo, para mi, la semana pasada fue espantosa porque de cinco dias, tuvimos tres mañanas con salidas y eso, para los crios es de lujo porque no dan clase, pero para mi, que soy la maestra que está pendiente de ellos y tal es lo peor, además, tenía todo hipermega programado para no perderme y acabar bien el curso y he tenido que reprogramarlo todo por perder tres dias enteros. En fin.
En resumen, que soy un tanto maniática para unas cosas y completamente dejada para otras!!
"EL ADIÓS"
– Llegó la hora. Hijo mío, este escudo y esta espada han pasado por las manos de tu padre y de todos tus ancestros. Espero que algún día seas tú quien hagas entrega de este equipo a tu descendencia.
– Padre… –nuestros ojos se cruzaron, pero mi mirada era profunda y veía más allá de Alith. Mis recuerdos tomaban alas para volar allende la habitación de mármol blanco. Una vez más regresaba a mi pesadilla…
…La tenue luz pasaba a través de las copas de los árboles como un breve vestigio de lo que había sido el verano. Las hojas comenzaban a desprenderse y un manto amarillento cubría el valle. Bajo la atenta mirada de las aves que esperan el festín, los dos ejércitos marchaban para encontrarse.
A un lado aguardaban nuestras ordenadas filas con sus pulcras armaduras reflejando la luz del sol tardío. La mayoría éramos demasiado jóvenes para formar parte en una batalla tan decisiva, pero no podíamos esperar a que llegasen los refuerzos del Rey Fénix. Bajo los rostros serios e impasibles se refugiaba el miedo a la muerte pues ante nosotros, como una auténtica marea verde, la horda de orcos y goblins se impacientaba con sus ansias de derramar sangre élfica. Las malignas criaturas lanzaban al cielo aterradores gritos de guerra capaces de petrificar al más valiente guerrero…
– ¿Entonces esta es tu primera batalla, Elehar? –me preguntó el capitán de la unidad. Tal vez quería calmar mis nervios, pues sabía que era la primera vez que entraba en combate.
– Así es, señor. –contesté orgulloso aferrando con fuerza las riendas de mi corcel.
– Pues reza a Asuryan para que no sea también la última. –dijo el capitán sin apartar la vista del frente.
El impacto fue similar al de una ola contra la abrupta costa. Muchas de las lanzas de los jinetes se quebraron y numerosos orcos fueron atravesados por aquellas plateadas puntas llevadoras de muerte. Las imágenes y sonidos se volvieron confusos, cientos de ellos pasaban ante mis sentidos a un ritmo vertiginoso, cuerpos, gritos agónicos, sangre, rugidos… De pronto sufrí un fuerte impacto en un costado que me hizo perder el equilibrio. Ahora lo único que veía era la húmeda tierra pisoteada. Un desagradable olor a orco, sudor y sangre invadían mis fosas nasales. Me entraron náuseas. Desenvainé la espada que acababa de recibir de mi padre, y traté de levantarme apoyándome en ella. Arrojé el yelmo lejos de mí porque reducía mi campo de visión y con un fuerte grito me abalancé hacia la refriega. En esos instantes olvidé todo cuanto había aprendido de mi progenitor en técnicas de lucha, sólo servía un estilo de combate: el de la supervivencia.
Yo había contribuido a aquella victoria de los míos. Había derramado mucha sangre enemiga pero sin embargo siempre recordaría aquellos ojos. La imagen de aquel terrible orco me acompañaría para el resto de mi vida…
– …Padre, seré digno portador de este escudo y esta espada… ¿Padre? –el brillo de los ojos regresó a mi mirada esfumándose los recuerdos de mi mente.
– Si, por supuesto que sí, hijo mío. Ahora sobre tus manos se encuentra la fuerza de nuestro pueblo. ¡Que la gloria de antaño renazca para nosotros!
– Así será, padre.
Alith se colocó la armadura con mi ayuda. Cada correa y hendidura traían un recuerdo a mi mente. Pero los años de juventud pasaron y la vejez se apodera de mi inexorablemente.
– Nunca des la espalda a los dioses, ellos te protegerán.
– Haré todo cuanto me has enseñado. –dijo Alith despidiéndose con un abrazo de su viejo padre.
Y ahora desde un balcón contemplo como mi hijo, la esperanza de mi casa, se aleja galopando con su plateada armadura hacia la batalla. Tal vez los dioses lo guiarán como lo hicieron conmigo…
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«mi hermana es muy ortográfica» (fotogénica) Juan 6º
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